Suele describirse la economía como la ciencia que estudia los intercambios de los diversos bienes materiales que poseen los hombres o, también, como la ciencia que gestiona la escasez de medios para alcanzar fines externos potencialmente infinitos. Ambas aproximaciones, más directamente la primera, ponen en evidencia que un hombre solo no hace economía. La sociedad es, por tanto, imprescindible para la economía, y la libertad un requisito.
De la economía no dependen los fines, es decir los objetivos a perseguir -eso más bien es ético-, ni los recursos de los que de entrada se dispone para lograr esos objetivos -eso es natural y cultural-, sino el estudio de las reglas (mínimo gasto, máximo rendimiento) con las que se destinan los recursos para alcanzar los fines.
La empresa es más que economía porque es una organización de personas; es condición de posibilidad social de ella. La empresa es la organización humana de la institución mercantil. Si una persona no es explicable sin otra (la persona es co-existencia), la economía tampoco puede ser puramente un asusto de intereses individuales. De ahí que, con el filósofo Leonardo Polo, sea plausible sostener que sea la empresa y no el individuo el agente económico real. La actividad empresarial consiste en la organización de las actividades prácticas, no sólo en realizarlas, sino en organizarlas. La empresa es, pues, ante todo, un asunto humano, no uno económico. Y es, además, uno de los mejores factores humanizadores de la sociedad, porque ésta es muy compleja, y sólo una serie de equipos especializados en esa diversidad de problemas puede dar solución a los mismos.
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Álvaro Pezoa B.
30 de septiembre del 2024