El sonido de las sirenas desaparece, y el bullicio de las máquinas se silencia en Huachipato. Más de 2.000 trabajadores se enfrentan al abismo del desempleo, mientras en miles de hogares chilenos, las luces se apagaron por los cortes de energía. En circunstancias habituales, la reputación empresarial es un activo que se puede proteger o restaurar con las herramientas de siempre: estrategias de comunicación, lobby, planes de contingencia y compromisos renovados. Sin embargo, cuando las grandes compañías fallan de manera que afecta la vida de miles de personas, lo que se pone en juego no es solo su imagen pública, sino la confianza en un modelo económico que ha sido la base del desarrollo del país en las últimas décadas.
El cierre de Huachipato no es solo el fin de una empresa; es un golpe al núcleo de una comunidad que depende de ella para su subsistencia. Los cortes de luz no son meros inconvenientes; son recordatorios de la fragilidad de una infraestructura que debería sostener la vida moderna. Las promesas de eficiencia y prosperidad que sustentan el modelo pierden su peso cuando las empresas, que son el motor que impulsa el progreso, fallan de manera tan elocuente.
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